La Champions League: ese milagro en el que las torres bávaras más certeras chocan a dos metros de la portería vacía y los madridistas salen prodigiosamente inmaculados, incluso con rostro de tener la vida controlada; ese sueño imposible para casi todos, siempre y cuando no vistan de blanco merengue; ese torneo que, en lo que la mayoría lo juega, el Real Madrid se ocupa de ganarlo.

¿Por dónde comenzar? ¿Por la supremacía del Bayern Múnich en esta semifinal de ida, donde pensó que cosechaba una gran ventaja para la vuelta y sólo halló obligación de remontar? ¿O por la superioridad del París Saint Germain en pleno Bernabéu en octavos de final? ¿O por la de la Juventus a ratos de un partido que, nunca entendió cómo, culminó con una abultada goleada en casa?

¿O vamos más para atrás? ¿A la última final cuyo primer tiempo permitía a la Juve pensar que el trofeo estaba a mano? ¿O en el propio Bayern que también tuvo al Madrid abajo en la temporada pasada? ¿O de plano en los dos cetros conquistados ante un Atlético que en 2014 quedó a segundos de ser campeón y en 2016 superó en todo menos en goles a su rival madrileño?

PSG, Juventus y Bayern: los tres líderes de sus respectivos campeonatos, los tres compartiendo además el tornar en fortaleza su estadio, los tres compartiendo en el mismo certamen un idéntico dolor: perder el invicto como local ante el Madrid.

No por nada se es el rey, y suplico alejar teorías de conspiración, paranoias arbitrales o alusiones al mero azar. Se es el rey, primero porque se sabe ganar y segundo porque se sabe jugar, en ese estricto orden de importancia. Se es el rey porque en los minutos en los que la mayoría tiembla, teme lo peor, se convulsiona en fatalismos, se deprime percibiendo sangre en el paladar y sintiendo anómalo el ritmo cardiaco, mantiene la fe. ¿Fe en qué? En que se puede, se sabe y se quiere, pilares si lo que se construye es la supervivencia, el no pereceremos, el prevaleceremos, el triunfaremos.

Algo así pudo experimentar el Allianz Arena cuando Marcelo clavaba el empate a uno, teatro del absurdo con el balón riéndose del autor, siempre es posible estar peor: lo único más grave que terminar ganando 1-0 un primer tiempo del que podías haber salido arriba por dos o tres, es cerrarlo encajando cual puñal el empate.

El resto va en el mismo sentido: de tanto insistir, al Bayern se le acabó la imaginación, y de tanto resistir, el Madrid encontró otro gol.

Ya después, la surreal imagen de Lewandowski chocando arriba con Müller cuando tenía las redes a su merced o Keylor Navas haciendo lo que sabe: sobreponerse a todo, sean faxes oxidados o sus propios errores.

Nada está sentenciado en esta eliminatoria, pero convertir las victorias en Múnich en rutina, es algo que nadie puede presumir más que el Madrid. Ya después, si se analiza la inverosímil manera, se concederá: la Champions es eso que pasa mientras los merengues se ocupan de ganar.

Twitter/albertolati

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