Es un hecho que la inflación va de regreso a un nivel que le gusta al Banco de México y le conviene a la economía nacional para conservar la estabilidad.

El tema es que este segundo trimestre del año se ha convertido en un oasis de estabilidad en medio de aguas turbulentas. Lo que implica que no es posible confiarse a que los precios regresen a una estabilidad para quedarse tranquilos.

La inflación general, que terminó el año pasado en un escandaloso nivel de 6.8%, marcó un nivel anualizado al cierre de marzo pasado de 5%. Es una baja consistente que va acompañada de otro dato muy favorable: la inflación al productor que marcó en esta última medición 3.6% anual, lo que está dentro de un nivel aceptable para la autoridad monetaria.

Pero 2018 es todo menos un año típico. Lo que tenemos por delante puede condicionar no sólo los niveles inflacionarios, sino el resto de los indicadores económicos mexicanos.

Hablando de los precios, uno de los principales temores tiene que ver con el comportamiento del tipo de cambio.
La realidad es que la depreciación que ha tenido el peso frente al dólar ha disparado muchos costos de la economía mexicana, pero como el Índice Nacional de Precios al Consumidor es un promedio de una larga lista de precios de productos, se diluye su efecto estadístico.

Por ahora el tipo de cambio ha encontrado en lo que va del año una relativa estabilidad en torno a los 18.50 pesos por dólar. Pero esa paz se puede ver alterada por muchos factores.

De entrada, las expectativas de una conclusión favorable de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) pueden darle al peso una revaluación que le haga romper el piso de los 18 por uno.

Sin embargo, puede ser una apreciación temporal que sí quitaría algo de presión en la inflación, pero tampoco determinaría la suerte de los precios para el resto del año.

Y es que uno de los efectos negativos que ha tenido la incertidumbre en torno al futuro del TLCAN ha sido el freno de inversiones. Pero éstas no se destrabarán hasta que no se conozca el resultado de las elecciones presidenciales de julio próximo.

Está claro, porque así lo han anticipado innumerables analistas nacionales y extranjeros, que un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador generaría inestabilidad financiera simplemente por todo lo que el mismo candidato ha dicho que destrozaría en la economía: las reformas energética y educativa y hasta el nuevo aeropuerto.

Hasta que no hubiera una definición clara del tamaño de la devastación no habría paz financiera.

Así que la inflación está por ahora temporalmente a la baja, a la espera de lo que venga.

Y el Banco de México deberá actuar con base en esas expectativas inflacionarias futuras, más que en la fotografía de las inflaciones pasadas. Además de todos los factores externos que, vaya, no son pocos.

 

JNO