La mezcolanza que hay en los partidos y el “trapecismo” político, que ya es casi un deporte nacional, ratifican la falsedad de nuestra democracia. Sin duda, el nacimiento del IFE en 1990 fue un parteaguas para nuestro sistema político; se creó un sistema en el que quien contara los votos de las elecciones no sería el propio gobierno; un instrumento que fungiría como un árbitro que vigilaría la contienda y no permitiría ni los foules ni los golpes bajos. Algo valioso, desde luego. Sin embargo, con el paso de los años, la institución quedó -como quedan muchas cosas en México- a merced de la voluntad de las fuerzas políticas. Hoy en día, la autonomía del INE es algo cuestionable. Las reglas y normativas electorales son fijadas por los partidos, desde el Congreso o desde su representación al interior del organismo. Poco pueden hacer los consejeros para impulsar un verdadero desarrollo democrático entre la sociedad.

Hoy en día, cuando se habla del “sistema”, se piensa automáticamente en el aparato gubernamental y sus triquiñuelas, en el PRI y su olor a rancio, en los viejos feudos de poder. Pero el verdadero “sistema” está conformado por los propios partidos políticos y sus millonarias prerrogativas, además de las permisivas leyes que consienten el surgimiento de nuevos competidores, cuyo objetivo es hacerse de la lana que les corresponde en la siguiente elección y luchar por mantener el registro, lo que asegura algunos años más de rentabilidad. Para los “grandes” del sistema, el negocio está asegurado.

Dice el extraordinario Juan Villoro que los partidos, en lugar de ser organismos que representen los intereses y las corrientes de pensamiento del pueblo, se han convertido en agencias de contratación. Los que un día tienen una camiseta puesta, mañana podrían jugar con la otra, y días después, en otro escenario, con otra distinta. Pero, sin importar a quién representen, los nombres que seguiremos escuchando serán los mismos, la única diferencia es que cobrarán con una distinta razón social. Como serpientes, para ellos es natural cambiar de piel y se escudan argumentando su vocación por el servicio público, pero poco trabajan para la sociedad; su mayor esfuerzo se enfoca en obtener más posiciones para acceder a mayores recursos, a más poder.

La desesperanza que reina en México ante el panorama electoral responde a nuestra falsa democracia. Más que en los candidatos, el pesimismo radica en el sistema que nos rige y que sólo hará millonarios a unos cuantos; a los mismos de siempre, pero vestidos con otro color. De un avance social, nos podemos ir despidiendo.

Urge una reforma política real que permita una reconfiguración de nuestro sistema electoral y que siente las bases de una verdadera democracia que se traduzca en el empoderamiento ciudadano. De otra manera, seguiremos siendo testigos del gran negocio de la farsa democrática.

López Obrador y su voto de confianza
Andrés Manuel López Obrador ha mencionado que dará un “voto de confianza” al INE. Pero el simple hecho de hablar de ese “acto de fe” hacia el árbitro electoral implica una descalificación inicial del organismo. ¿Para qué juega en un partido si no confía en el árbitro? Otra de sus constantes incongruencias.

 

 

JNO