¿Qué podía pasar mientras Michael Jordan levitaba viendo de frente a la canasta? ¿O mientras, cinco metros sobre la superficie, Yelena Insinbayeva se estiraba para con gracia mejorar su récord en otro centímetro? ¿O cuando Pelé se levantó sobre el área italiana en la final de México 70 y esperó pacientemente, parado con firmeza sobre el viento, el arribo del balón?

Respecto a ese último episodio, una frase sirve para dimensionar lo que significa para los mortales el jugar ante quienes no lo son (o no tanto, o en la cancha no lo parecen). Tarciso Burgnich, aquel gran defensor italiano que marcaba a Pelé, externó su perplejidad tras la final: “Saltamos juntos, pero cuando yo estaba en la tierra, él seguía en el aire. Yo había pensado para darme ánimos que Pelé era de carne y hueso, como yo, mas estaba equivocado”.

Algo así pudo pensar quien estuviera cerca de Cristiano Ronaldo en el segundo gol del Real Madrid: semejante portento elevándose más allá de los 2.20 metros y, de alguna forma, aprovechando los segundos no para ceder a la naturaleza de la gravedad, sino para mejor acomodarse y posicionarse de cara al encuentro con la pelota.

En el común de esos remates en el futbol, como en el común de los saltos de delanteros que pretenden bajar con la frente la pelota, se habla sólo en pasado: su ascenso y descenso es tan efímero, su ejecución es tan rápida, que no existe gran manera de conversar mientras acontece; para cuando el cerebro manda la orden de expresar algo y las cuerdas bucales se preparan para acatar, ya está claro el devenir de la acción: gol, remate, rechace defensivo, atajada, fallo, lo que sea.

Sin embargo, en la chilena de Cristiano, como en aquel cabezazo de Pelé en 1970, como en los vuelos que Jordan convirtió en marca, como en los saltos de Isinbayeva que coqueteaban con la estratósfera, bien pudimos decir un par de cosas al tiempo que el centro de Carvajal atravesaba el área juventina y el crack portugués se recostaba sobre una alfombra voladora invisible.

¿En qué pensamos? Cada quien sabrá y seguramente muchos en meras ganas de que acertara o fallara, pero yo en la tenacidad, en el motor de la humanidad, en el empeño en mejorarse a cada día, resumidos en ese lance. Cristiano Ronaldo nació con condiciones fantásticas, aunque a los 33 años es quien es porque su primer talento ha sido el tesón, la obstinación, el hambre, la competitividad.

Puede gustar o desagradar su personaje, puede caer mejor o peor, puede parecer simpático o pesado, mas, por su bien, no se atrevan a ningunearlo. Si lo hacen, asuman un riesgo: ningún combustible sirve mejor a este portugués que las críticas, que los desafíos, que el desdén.

La principal razón por la que Cristiano Ronaldo subió a los aires y se recostó cual “Maja desnuda” de Goya, más de dos metros por encima de la superficie, fue porque sabe que puede; porque mientras los demás suelen dudar o enredarse en excusas, él cree con fe bizantina en sus posibilidades; cree como poquísimos han creído.

Twitter/albertolati

JNO

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