Estoy terminando mi clase de spinning. Quedan sólo tres minutos para alcanzar el objetivo. Miro el reloj, y estoy en 161 pulsaciones. Pero el esfuerzo merece la pena.

Treinta segundos. Es lo que resta. El pedaleo va cada vez más despacio. La rosca que regula la resistencia está al máximo. Las piernas responden con dificultad y el corazón sigue batiéndose con una sangre que entra y sale por la aorta a borbotones.

Termina la clase. Miro al suelo. Hay un charco de sudor. Igual que si saliera de una alberca.

Estamos terminando de estirar cuando escucho al profesor -“que tengáis un buen Domingo de Resurrección”. -Y entonces hay una risotada generalizada.

-Domingo de Resurrección, dice -escucho de alguien. Me quedo atónito. Pareciera que el profesor hubiera blasfemado.

Es como si se tratara de una moda la falta de creencia en Dios. Pero quienes se ríen no son jóvenes. Es gente de 40, de 50 años. Siento vergüenza porque si esos padres se ríen de esa manera, entonces ¿qué les enseñan a sus hijos?

Estoy escribiendo una conferencia sobre el futuro incierto que les vamos a dejar a nuestros hijos. Llevo días
hurgando sobre la juventud en Internet y encuentro cosas que no llego a creérmelas.

Hay una bloguera que pesa 27 kilos y es bulímica. Les enseña a los niños y adolescentes a vomitar para no engordar. Otras enseñan la superficialidad de cómo maquillarse para tener más novios.

La hija de unos conocidos se corta con rastrillos de afeitar los brazos, y lo sube a las redes sociales. Miles de jóvenes hacen lo mismo que ella. Dice que es su manera de expresar que la vida no tiene sentido y que por eso se autolesiona. Lo malo es que al subirlo, el efecto mimético es sorprendente porque tiene miles de likes.

También he visto que ahora está de moda entre algunos jóvenes estadounidenses y, por lo tanto, por muchos lugares del mundo gracias a Internet, rociarse de gasolina al lado de una alberca. Se prenden fuego y se lanzan a la piscina. Dicen que es para ver qué se siente.

Claro, en este punto puedo llegar a entender los deportes extremos. Lanzarse desde cinco mil metros en un paracaídas, escalar montañas que parecen inexpugnables, el puenting, es decir, tirarse atado a una cuerda desde un puente. Hasta puedo llegar a entender el famoso parkour, esos jóvenes que saltan por las azoteas jugándose la vida, mientras realizan acrobacias de atletas. Pero por muchas vueltas que le doy, no consigo entender que un sujeto se queme vivo y se tire a una piscina. Tiene el mismo sentido que si pongo agua a hervir y cuando esté en el punto máximo de ebullición metiera la cabeza para ver qué se siente. ¿Verdad que sería absurdo?
Pues imagínate, querido lector, cómo me quedé cuando me enteré de la última moda de lanzarse a una alberca entre llamas.

Con todos estos ejemplos entendemos la carencia de valores que existe en Occidente. No tenemos referentes. Nuestros padres no lo son, no han sabido realizar su papel. La Iglesia, cada vez menos. La jerarquía del abuelo se murió con la globalización.

Los referentes que tuvimos en la escuela y en la carrera universitaria –yo y muchos como yo- fueron los filósofos griegos, el racionalismo de Descartes, el existencialismo de Sartre y antes de Kierkegaard o Schopenhauer. Seguramente son nombres que nuestros jóvenes no han escuchado porque no tuvieron interés.

¿Quiénes son sus referentes? Los blogueros que antes mencioné: la bulímica, la que enseña a maquillarse o el que se mete en las redes para contar lo que ha hecho durante el día, por citar algunos ejemplos.

Y lo peor de todo es que seguimos por ese camino. Es más, cada día tiene más fuerza. En la medida en que gane o se imponga la superficialidad, el mundo de Occidente seguirá desmoronándose. Sólo recuerdo que el Renacimiento y el Neoclasicismo, es decir, la vuelta al Humanismo se produjo por la decadencia y la ominosidad de la etapa medieval y del barroco en una sociedad corrupta con poblaciones diezmadas y enfermas.

La única diferencia fue que en aquel entonces se pudo reconducir el pensamiento de la decadencia a la ortodoxia intelectual.

Hoy sería prácticamente imposible por ese gran espacio de libertad que ofrece la Web.

 

JNO