¿Es obligatorio comparar? ¿De verdad parece tan imprescindible? ¿Tenemos que hacerlo por absurdo, relativo, insensato, incluso inútil que nos resulte? Pues bien, puestos a eso y obligados por un debate que ya fastidia, concedamos que Lionel Messi es el mejor futbolista de la historia.

Por capacidad, por regularidad, por longevidad, por productividad, por virtuosidad, por la exigencia física de hoy, ya por predestinación o por insaciable competitividad, por lo que sea: nadie efectuó tan seguido y por tanto tiempo lo que él viene consumando desde hace no menos de doce años.

Eso nos lleva a la principal referencia que se le impone cada que es ascendido al trono: Diego Armando Maradona. Y la respuesta es que Leo nunca tendrá el carisma, ni conectará con la juventud en rebeldía, ni retará a cuanto dragón directivo surja a su paso, quizá ni siquiera alcanzará facetas tan líricas –futbol en soneto a flor de piel– como hiciera el Pelusa, parido bajo el arquetipo de pibe de villa miseria, visto como heredero en la cancha del Che Guevara; todo lo anterior, tan opuesto a ese muchacho clasemediero de provincia que mucho antes de su primera afeitada ya vivía en Barcelona y al que jamás se le verá comprometido en debates ajenos al balón.

Así que, por estilo o por nacionalidad, Maradona es el nombre que se restriega a Messi, dando por hecho algo que tampoco puede hacerse, que Pelé es ajeno a la discusión.

Pues bien. Aquellos que dicen que Messi no puede ser visto como rey porque nunca fue campeón del mundo, habrán de abrir las manos al escuchar que Maradona lo fue una sola vez y Pelé tres (una como adolescente iluminado, otra lesionado en la primera ronda, la tercera rodeado por el mayor trabuco que se haya visto en torneo alguno).

Traigo todo lo anterior a colación, como innumerables textos lo habrán realizado a unos meses de Sudáfrica 2010 o a poco de iniciar Brasil 2014: Messi vive con eso cada cuatro años; entre más gane con el Barcelona, más se le espera alzando un título con Argentina, Sísifo millonario y millennial cuya roca debe volver a arrastrar hacia arriba a cada festejo de gol.

Como declaró esta semana su seleccionador, Jorge Sampaoli: “Le ponen un revólver en la cabeza que se llama Copa del Mundo y si no la gana, le salta un disparo y lo mata”.

El resumen de la carrera de Messi no será conquistar un Mundial, aunque, de darse. quizá sí su cúspide simbólica. Serán las dos veces por semana que le supusimos dormitando de pie, que le creímos distraido viendo al pasto y que, súbitamente, le vimos explotar para que el rival pareciera de papel. Será su arte. Será su don para ser incontenible, para que lo imposible luzca juego de niños.

Mientras que Rusia 2018 se coloca cual revolver sobre su sien, mientras que los iconos de Maradona le son restregados a la entrada de las catedrales del futbol, mientras que osan ningunear su juego divino, se perderán de lo primero: de disfrutarlo.

A la ruleta rusa no juega él: juegan quienes le descalifican. Ya le extrañarán. Con copa FIFA o sin ella, lo mismo le extrañarán.

Twitter/albertolati

JNO

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