Dicen que, en la vida, nada es gratis. Piense en eso cada vez que descargue alguna aplicación gratuita en su smartphone o tableta. Tenga en cuenta que, cuando algo parece ser gratis, lo más seguro es que el producto a comercializar, finalmente, seamos nosotros, nuestra identidad, nuestra información, nuestra huella digital. Me explico.

Nada le cuesta a usted abrir un perfil de Facebook, Twitter o Instagram y publicar comentarios, mostrar sus mejores fotos o mentar madres a diestra y siniestra. Nada le cuesta registrarse en la plataforma de Uber y tener la posibilidad de contratar un conductor privado que le llevará a tales coordenadas y en tal horario. Nada le cuesta descargar WhatsApp en su móvil y tener comunicación con decenas o cientos de personas. Nada le cuesta crear una cuenta de Google para respaldar la información que almacena constantemente en su teléfono y que no quiere perder si se lo roban o lo extravía. Entonces, ¿cuál es el negocio de esos gigantes de la tecnología y las telecomunicaciones que han cambiado nuestra cotidianidad?

El caso Cambridge Analytica es un buen ejemplo para explicarlo. Se ha dado a conocer que la empresa, una compañía de datos que ofrece a sus clientes aportar ideas sobre el comportamiento de los consumidores, tomó ventaja de su relación con Facebook y usó la información de millones de perfiles para compartirlos con el equipo de campaña de Donald Trump y diseñar una estrategia de comunicación que le permitiera llegar a la psique de los posibles votantes diciéndoles lo que querían escuchar de un candidato presidencial. Si bien no es posible asegurar que estas acciones hayan sido determinantes en la victoria de Trump, la posibilidad de crear un puente ideológico entre ambas partes representaba una ventaja que nadie desaprovecharía.

Diariamente, al publicar algo en las redes sociales, al darle el famoso “like”, al enviar un mensaje, compartir un meme, una fotografía y al dejar registro de que hemos estado en algún sitio, estamos robusteciendo el “big data”, una base de datos gigantesca que almacena todo lo que expresamos de una u otra forma a través de herramientas digitales y que permite segmentar el mercado, dividir a las audiencias publicitarias en grupos pequeños, para que, posteriormente, las empresas les arrojen dardos publicitarios con precisión quirúrgica a través de “múltiples plataformas”. Sobra decir que el valor de esta información, para clientes comerciales o incluso electorales, es de miles de millones de dólares.

A raíz del escándalo Cambridge Analytica, muchos usuarios -tal vez usted- estén considerando eliminar su cuenta de Facebook y dejar de compartir santo y seña de su vida con el mundo. Sin embargo, antes de hacerlo lo invito a considerar las siguientes reflexiones; lo hecho, hecho está, y todo lo que ya compartió no podrá ser eliminado por más que pulse “delete”. Quedará en algún punto del ciberespacio. Además, si en efecto quiere dejar de compartir información con el señor Zuckerberg, deberá también de evitar compartir contenido a través de Instagram o WhatsApp, pues ambas empresas pertenecen al mismo dueño.

Siendo sensatos, es difícil pensar que, en un mundo como en el que vivimos, podamos resguardar celosamente nuestros datos y mantengamos nuestra privacidad intacta. Tendríamos que dejar de utilizar las plataformas que forman parte de nuestra vida diaria y que, en cierta forma, nos la han hecho más fácil o divertida. Lo que sí es posible es ser responsables al emplearlas y tener límites en lo que compartimos. Porque, recuerde, nada es gratis.
Por cierto, ojalá le pueda dar un “like” a este texto. Ya sabemos que son, cada vez, más valiosos…

JNO