En su casa de Suiza sólo se escuchaba un antiguo reloj. Este tic tac rompía un silencio como si el tiempo se hubiera detenido. El cuñado del rey Felipe VI, Iñaki Urdangarin, tragaba saliva y le sudaban las manos mientras en los periódicos on-line veía en tiempo real cómo la Fiscalía del Tribunal Supremo pedía 10 años de prisión.

Quería revolverse ante los delitos que había cometido amparándose en ser el marido de la hija del Rey Emérito don Juan Carlos y cuñado del actual monarca Felipe VI. Pero no había manera. El tiempo le abrumaba en las fotos que los periódicos iban subiendo mientras transcurrían los minutos y las horas en el Tribunal Supremo. Y en su ostracismo de lujo en Suiza se dio cuenta que el lujo no vale para nada si no se ha actuado con limpieza y honradez.

Iñaki Urdangarin está condenado a seis años y tres meses de prisión por los delitos fiscales, prevaricación, tráfico de influencias y fraude. Pero la Fiscalía del Supremo sacó un as de la manga. Solicitó cuatro años más de cárcel por el delito de malversación. Imagino que Urdangarin enmudeció.

En los últimos años se ha visto a un antiguo duque de Palma –quedó suprimido del título en el momento en que la Casa Real se percató de las ilegalidades que Urdangarin estaba cometiendo– delgado, consumido, ensimismado, enconchado en sí mismo, seguramente sumido en una tristeza infinita. Pero la ciudadanía no entiende ese afán de lucro –amasó más de 10 millones de euros–. La opinión pública no entiende por qué lo hizo cuando no tenía ninguna necesidad. Su vida estaba resuelta. Entonces, ¿por qué querer lucrarse, y más de esa manera y más aun cuando España vivía la mayor recesión económica desde la posguerra? No podemos olvidar que hace tan sólo siete años en España llegó a haber más de seis millones de desempleados y 13 millones de pobres. Sin embargo, ya había Internet y las redes sociales funcionaban a toda velocidad. Mientras millones de personas no podían encender la calefacción de sus casas porque no podían pagarla, Urdangarin y su socio Diego Torres amasaban una suculenta fortuna amparándose en ser miembro –indirecto, pero miembro al cabo– de la Familia Real.

El juez del Tribunal Supremo tendrá que revisar ahora los recursos. Dentro de unas semanas sabremos cuál será la pena final para Urdangarin. Todavía puede recurrirlo ante el Tribunal Constitucional o puede incluso que el gobierno le otorgue un indulto. Pero sería peor el remedio que la enfermedad.

El golpe será menos duro para la monarquía si Urdangarin va a prisión. Los españoles verían que, por fin, la ley es igual para todos. Cualquier otra cosa sería perjudicial, muy perjudicial para la Corona.

JNO