Este año ganó Finlandia. En 2017 le tocó la medalla de oro a Noruega. En 2016 se llevó la palma Dinamarca. En el top 10 de los rankings de los países más felices del mundo (participan 155 naciones), que elabora desde hace seis años la ONU, aparecen siempre los cinco países nórdicos. Los campeones indiscutibles de la felicidad -ocuparon el primer puesto en varias ocasiones- son los daneses.

Pero vayamos al grano, ¿cómo se mide el bienestar en lugares donde hay cuatro horas de luz en invierno, hace frío 90% del año, no existen fiestas ruidosas, nadie se ríe a carcajadas después de un buen chiste y es de buen tono luterano mostrarse austero? Al parecer, se trata de una habilidad que hay que practicar.

Por supuesto, entran en juego los criterios bien conocidos, como el acceso gratuito a la educación y los servicios médicos de calidad, bajos índices de pobreza, falta de corrupción, ayudas y subvenciones para los desfavorecidos, semana laboral de 35 horas, inexistencia de brechas salariales, tasas de criminalidad cercanas a cero. Cualquiera que se haya nutrido de lecturas ensalzadoras de las glorias escandinavas pensaría que Dios decidió convertir esas latitudes en el paraíso terrenal.

Vivimos la fiebre nórdica. El modelo educativo finlandés lo quieren imponer tal cual hasta en Bangladesh. La novela negra de Mankell y Larsson es la más vendida del mundo. Ikea, H&M, Nokia, Lego o Lars von Trier no necesitan presentaciones. El libro del danés Meik Wiking, promotor del concepto “Hygge” -que consiste en crear un ambiente cálido entre velas, té caliente frente a la chimenea y conectar con los amigos- triunfó como best seller en todos los países donde fue publicado.

Todo o casi es previsible, pulcro. La mezcla de igualitarismo y humildad puede fascinar. No hay espacio para las congojas, ya que el papá-Estado regula todos los aspectos de la vida desde la cuna hasta el ataúd. Y, sin embargo, da la sensación de que en este perfeccionismo impuesto hay algo que no termina de convencer.

Durante mi viaje a Copenhague, ansiosa de descifrar el secreto del bienestar nórdico, me puse a platicar con varios daneses sobre el tema. Todos me decían: “Si somos felices es porque tragamos antidepresivos día y noche”. Se me cayó el mundo.

Llegó el momento de desmontar los mitos. Resulta que los países más felices tienen las mayores tasas de suicidio. Vaya paradoja. Son los primeros consumidores de psicotrópicos a nivel mundial. En Finlandia, la mayor parte de las muertes de hombres tiene que ver con el alcoholismo. En Noruega, la riqueza viene principalmente del petróleo, pero sus habitantes tienen un respeto sin límites por el medio ambiente. Suecia figura entre los 10 mayores exportadores de armas en el planeta, su material bélico ha sido usado en Vietnam, Irak e Irán. En fin, la lista de ejemplos para destrozar la utopía parece interminable. La podemos encontrar en el libro Gente casi perfecta, de Michael Booth, un británico residente en Dinamarca.

Hay felicidades que matan.

JNO