En el toque al balón, en el respeto a la grada, dos de las primordiales favoritas a coronarse en Rusia 2018, Alemania y España, se terminaron por parecer futbolísticamente sin asemejarse demasiado fuera de la cancha; dicho sea de paso, mucho antes de que eso sucediera, se redescubrieron, casi se reinventaron, como selecciones.

Difícil anticiparlo unos quince años atrás, que la pujante Alemania y la quebradiza España se encontrarían como máximos exponentes de ese desempeño dinámico, estético, fresco, vistoso, a veces más garigoleado, otras más frontal, siempre lleno de recursos.

Para que llegaran a sus respectivos estados actuales de abundancia y con estilos tan definidos, ha sido imprescindible que dispongan de genuinos proyectos a largo plazo, estables, coherentes, respetuosos de una forma de trabajar; por supuesto, nada sería posible sin tamaña híper producción de talentos; cuando no existe un central que sepa iniciar con solvencia los ataques, cuando los únicos laterales a los cuales remitirse son meros bloques de músculo y no de desequilibrio, cuando el medio campo está más hecho para resistir que para crear, se actúa de otra forma: no siempre se juega como se quiere, sino más bien como se puede.

Alemania entendió en los primeros dosmiles que su vieja fórmula, más basada en el tesón que en la calidad, podía bastar para acceder a alguna semifinal, mas ya no para aspirar siempre al título. Ahí sacudió su esquema de generación de promesas, de detección, de capacitación de entrenadores, fortaleciéndose mucho en las diversas minorías que componen hoy la sociedad germana. No ex exagerado decir que si la multiculturalidad ha sido exitosa en una faceta para este país, ha sido en el deporte.

Lo de España fue distinto porque no obedece a un programa unificado o a escala nacional de desarrollo de niños y adolescentes. Más bien, fue que las fuerzas básicas de varias instituciones (empezando por el Barcelona de vínculo directo con la selección multicampeona, aunque también Real y Atlético, Valencia y Sevilla, muchos más), notaron que el verdadero negocio de ese gran negocio que es el balón, radica en generar diamantes que sepan brillar con la pelota en los pies propios y no persiguiéndola en los ajenos.

Esa misma España que cargó por mucho tiempo con la etiqueta de Furia, apodo que le cayó por la bravura de sus jugadores vascos en los años veinte y que se pretendió relacionar con la tradición local taurina. Furia que solía difuminarse cuando algo relevante estaba en disputa, por mucha calidad que los ibéricos atesoraban o pensaban atesorar.

Caso afín al de Alemania que, más épica que lírica, experta en remontadas y en someter a planteles superiores, lucía cual reflejo de aquel movimiento de Sturm und Drang, tormenta e ímpetu; con ellos como lema, arrebataría coronas mundialistas a dos de las selecciones más virtuosas que hayan existido, como la Hungría de 1954 y la Holanda de 1974.

Renacidas con tanto futbol, aunque sin desprenderse una de la furia (o enfocándola mejor) y la otra de su tempestad, el resultado está ahí: nadie en el planeta dispone hoy de tantos elementos como ellas, para configurar sus planteles.

Este viernes se enfrentan a menos de tres meses del Mundial. Tan diferentes culturalmente como similares sobre el césped.

Twitter/albertolati

JNO

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