Aquéllos que tan sólo se les pasaba por la antesala de la imaginación intentar cometer un atisbo de atentado contra Saddam Hussein eran conducidos a la peor cárcel conocida en el mundo: Abu Ghraib. Miles de desgraciados murieron en aquella prisión a las afueras de Bagdad en un hacinamiento irrespirable. Y allí terminaban sus días en la horca o torturados con instrumentos que asemejaban a los de la Inquisición. Lo pude ver con mis propios ojos en abril de 2002 en plena guerra de Irak.

Kim Jong-un, el tirano de Corea del Norte, utiliza cualquier método para matar a todo aquel que no le aplauda sus “gracias”. Su hermanastro murió envenenado en el aeropuerto de Kuala Lumpur. A su tío político también lo ejecutó, así como a 70 altos cargos desde que llegó al poder en 2012. Su última “hazaña” fue la de asesinar con un fusil antiaéreo a su ministro de Defensa por quedarse dormido.

Salvando las distancias –pero las físicas, no las intelectuales-, Vladimir Putin, que este domingo volverá a ganar en las elecciones, es lo mismo que el resto de los citados arriba. Se trata de otro dictador; pero, claro, un dictador del país más grande del mundo y tal vez el más potente desde el punto de vista armamentístico. Y eso marca la diferencia. Por lo demás, realiza los mismos actos que el resto.

¿Qué ha sido si no, el envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal en Gran Bretaña? El doble espía ruso, envenenado con un agente nervioso, se encontraba cada mes en un restaurante con su antiguo contacto del servicio secreto británico M16. Y eso el Kremlin lo sabía; como dudó de él cuando descubrió, a principios de 2000, que había sido un traidor al pasar información. Por eso fue arrestado en Rusia en diciembre de 2004, pero quedó en libertad en 2010, en un intercambio de espías. Ahí pensó Skripal que su pesadilla había terminado. Sin embargo, no terminaría hasta que no acabaran o intentaran acabar con su vida. Es el mensaje claro de las “autoridades rusas”.
Lo mismo le pasó a Alexander Litvinenko, otro espía fugitivo del KGB, el servicio secreto ruso. En 1998, Litvinenko se atrevió a acusar públicamente a sus superiores de haberle ordenado el asesinato del magnate ruso Boris Berezovski, también un personaje incómodo para Putin y su “régimen de libertad”.

Litvinenko murió agonizando en un hospital de Kiev por un veneno. Berezovski, el magnate que había sido íntimo de la familia del anterior presidente Boris Yelsin, murió en Londres ahorcado.

Y en todos estos casos y en muchos más está la mano alargada del Kremlin. Porque ahí está, queriéndose comer el mundo y ser el emperador, el zar mundial. Por eso lanza estos mensajes. O se está con él o se está contra él.

Por eso en estas elecciones de este domingo, ¿alguien tiene alguna duda de que no va a vencer de una manera aplastante?

JNO