Ante la confrontación total entre el Gobierno federal y la campaña de José Antonio Meade con Ricardo Anaya, comenzaron a surgir versiones de las supuestas charlas entre Morena y el PRI para pactar la transición en Los Pinos, en las que hasta citan como interlocutores a Ricardo Monreal y Manlio Fabio Beltrones; sin embargo, esto parece más una estrategia mediática del equipo de Andrés Manuel López Obrador para generar la percepción de que el triunfo está definido y su ventaja es irremontable por cualquiera de sus competidores.

 

Lo cierto es que en esta contienda electoral de 2018, la competencia es tan cerrada que cualquiera de los principales contendientes puede alcanzar la victoria frente a López Obrador si uno de ellos, ya sea Meade o Anaya, se desfonda y sólo queda un competidor viable para hacer frente al Peje que aún lleva la delantera en las encuestas.

 

Sin embargo, un eventual triunfo de Anaya, Meade o López Obrador en estas circunstancias hace necesario plantearse qué tipo de gobierno queremos para los próximos seis años.

 

En el caso de todos los candidatos, la sombra de la corrupción cubre a todos; en el caso de Meade debido a los escándalos por los millonarios desvíos de gobernadores priistas, en el caso de Anaya por su presunta relación con lavado de dinero a través de transacciones inmobiliarias y gran parte del entorno de López Obrador está marcado también por escándalos de corrupción y ligas con el crimen organizado.

 

Así las cosas. Sin duda, ninguno de los principales candidatos que tienen posibilidades de triunfar en la elección del próximo 1 de julio garantiza la construcción de un proceso de renovación, cambio y bienestar, y en algunos casos hasta representan un riesgo de regresión democrática en la imposición de un gobierno populista y autoritario, por lo que es fundamental construir equilibrios en el Congreso federal, los congresos locales, las gubernaturas y los ayuntamientos.

 

En pocas palabras: no hay que darle todo el poder a un solo candidato o partido porque por desgracia lo que nos han demostrado es que cuando no hay equilibrios o contrapesos y tienen el control de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, abusan de ese poder que los ciudadanos les entregamos con el voto.

 

Por esa razón es fundamental que el día de los comicios, cuando estemos al frente de la boleta, distribuyamos el poder, que seamos los ciudadanos los que con nuestra capacidad de decisión les mostremos que no estamos conformes con la forma en que nos han gobernado, no les tenemos confianza y que por eso haremos un voto diferenciado.

 

Los riesgos son muchos, así que los mexicanos debemos ser cautelosos y no darle todo el poder a ninguna opción política en estos comicios presidenciales y legislativos del 1 de julio de 2018. Hay que pensar, razonar y sobre todo distribuir nuestros votos en las casillas para elegir al nuevo inquilino de Los Pinos y a los diputados y senadores que tendrán la obligación de vigilar que no abusen del poder que les da encabezar el Gobierno de México.

 

aarl