Con ocasión del Día Internacional de la Mujer, me gustaría empezar con este meme:

A veces se confunde la fortaleza con la agresividad, con la dureza, con el ímpetu. Sin embargo, el filósofo griego Aristóteles clarificó el concepto hace cientos de años: la fortaleza se mide más por la resistencia que por la energía física. Es fuerte quien resiste el mal, quien no se deja avasallar por dentro y no se deja contaminar por él. Aunque durante la historia se ha ensalzado más la fuerza física frente a la resistencia o la resiliencia, las mujeres somos más fuertes, por perseverantes y determinadas en lo que queremos. No nos rendimos, somos incansables, y hoy es un buen día para recordarlo. Me gusta considerar el 8 de marzo como la celebración de ser mujer, porque es lo mejor que nos pudo haber pasado.

Esta fecha nos recuerda que, en tantos lugares de México y del mundo, las mujeres no gozan de los mismos derechos y de los mismos deberes que los hombres. Mi corazón va a todas las mujeres que sufren discriminación en sus familias, en sus empresas, en su entorno social. Ojalá esa lacra social desaparezca cuanto antes, para que el “genio femenino”, como decía Juan Pablo II, pueda contribuir más al progreso social, político y económico.

Hay muchos casos dramáticos que requieren intervenciones legislativas y policiales. Pero son muchísimo más frecuentes las situaciones de “discriminación pequeña”, sutil, que pasa casi inadvertida, como por ejemplo la diferencia de sueldos que puede haber entre un hombre y una mujer que ocupan el mismo puesto de trabajo. Me atrevo a decir que la mejoría no depende de nadie más que de nosotras. Pensar que “ellos” van a resolver “nuestro” problema es empezar ya a la defensiva. Hemos de saber quiénes somos y cuánto valemos. Para conseguir que se reconozca públicamente la igualdad de derechos, lo primero es que nosotras sepamos que nuestro valor es real y extraordinario, y que podemos conseguir lo que queramos, si queremos. Es cierto que la sociedad en la que vivimos es peligrosamente machista. ¡Cuántas mujeres hay que nacen, crecen y mueren pensando que son menos que otros seres humanos! Nadie es más que nadie. Hombres y mujeres tenemos la misma dignidad. En muchos países, la intervención de la mujer ha sido la solución sensata para resolver grandes problemas. Es el caso de Islandia, donde ellas han reconstruido el sistema financiero destrozado, gracias a los valores de apertura, equidad y responsabilidad social que han inyectado.

Hagamos lo que hagamos, en el trabajo y en la familia, tenemos la capacidad de sobresalir en los terrenos en los que nos movemos si nos superamos cada día. Junto con la competencia profesional, también debe haber una colaboración más intensa entre hombres y mujeres. Los hombres y las mujeres somos partners que trabajan de la mano. Creo que también en la Iglesia la mujer ha de encontrar su papel. El papa Francisco lo repite de manera continua. Hablando precisamente de América Latina, dijo el año pasado: “Si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la vamos a obtener sin las mujeres”.1

Cada vez son más los obispos que introducen los cambios que el Papa les pide para incorporar a mujeres en puestos de gobierno. En las diócesis de Estados Unidos, por ejemplo, 27% de los puestos ejecutivos están ocupados por mujeres, frente a 16% de los puestos ejecutivos en el mundo corporativo. Las mujeres hemos de ir por delante: con competencia y profesionalidad, mostrando excelencia en lo que hacemos. Y sin callarnos. En ningún ámbito pueden aceptarse actitudes discriminatorias y comportamientos machistas, ¡y menos aun dentro de la Iglesia!

Mandar no es ser superiores ni servir es servilismo. Todos nos servimos unos a otros en distintas áreas. Yo conozco personas que sirven a otras y son inmensamente felices. También conozco a otras que sirviendo se sienten sometidas, humilladas, esclavizadas. Depende del sentido, la dignidad y la pasión con que hagamos las cosas. Jesucristo propuso una lógica distinta, por encima de la comprensión humana: para él y sus seguidores, servir es reinar. El poder verdadero es de quien sirve a los demás, en puestos de mando y en puestos de servicio. Las mujeres en esto, como en casi todas las cosas importantes de la vida, llevamos la delantera. Tenemos el poder de conseguir con pasión un mundo mejor. La oportunidad es ahora.

Marilú Esponda Sada, directora general de Comunicación de la Arquidiócesis de México
Twitter: @mariluesponda
marilu@arquidiocesismexico.org

 

JMSJ