Está visto que las dictaduras disfrazadas bien de derechas, de izquierdas o basadas en la religión o la gerontocracia no conducen a nada bueno. El ejemplo está en Irán.

El país de los persas está sometido a un férreo control social desde finales de los 70 en tiempos del ayatolá Jomeini. Es verdad que los diferentes ayatolás han ido abriendo la mano a medida que fueron pasaron los años, las décadas, porque incluso hasta las dictaduras se mueven y evolucionan; eso sí, a veces a peor como, por ejemplo, la tiranía de Nicolás Maduro. Pero las dictaduras no son para siempre, como no hay mal que dure cien años.

El Shah Pahlavi había hecho de Irán su gran feudo con la anuencia de Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero no dejaba de ser una monarquía absoluta y anacrónica en estos tiempos. Reza Pahlavi y su familia fue desterrada y comenzó una revolución islámica.

Sin embargo, a veces más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Tanto Jomeini como su sucesor Ali Jamenei han dejado la impronta teocrática islámica con muy poca capacidad de maniobra y con enemigos potenciales como Estados Unidos y especialmente Israel.

En 2013, Hasan Rouhaní asumió la Presidencia iraní y se encontró con un país hecho pedazos. El secular Mahmud Ahmadineyad se encargó, con la obsesión de la consecución de las armas de destrucción masiva, de que Irán fuera sancionado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, especialmente con sus exportaciones petroleras. Las consecuencias económicas fueron nefastas para aquella economía que llegó a tener 40% de inflación, pero se preocupaba más en correr la carrera nuclear que en la ciudadanía iraní.

Con Rouhaní algunas cosas han cambiado. Los embargos se han suavizado e Irán ha podido acceder a sus fondos congelados extranjeros. Eso le ha permitido tomar oxígeno y realizar un “milagro económico”.

El crecimiento de la economía es de 4% y la inflación ha bajado a menos de 10%. Entonces, ¿a qué son debidas esas revueltas sociales en un país donde la población apenas se puede expresar? En los últimos días ya han muerto cerca de 35 civiles y hay centenares de heridos por enfrentarse al régimen ancestral de los ayatolás. Para empezar, el crecimiento económico no ha permeado en una sociedad que sigue depauperada. El desempleo afecta a más de 35% de la población –la mayoría jóvenes cansados de la tiranía.

Pero, además, la gran parte de lo recaudado por la venta del petróleo -que es mucho- ha sido para continuar financiando la carrera nuclear, así como para golpear al Estado Islámico, su gran enemigo, el enemigo a batir, además de para apoyar al régimen sirio de Bashar Al-Assad y a los grupos terroristas que operan en el sur del Líbano como Hezbolá. Todo este dispendio de dinero se ha distraído en detrimento de una población que ve cómo –por mucho que Irán sea un país de mucho petróleo- la canasta básica y la gasolina han aumentado a precios de más de 50%.

La corrupción de las élites políticas amparadas en la teocracia tampoco ha ayudado. La sociedad civil ve, hasta ahora con impotencia, cómo la cercanía al poder continúa con las mismas prebendas de siempre, mientras el pueblo vive cada día peor.

Todo lo que he escrito hasta ahora son asuntos formales. El fondo es mucho más profundo. Irán representa un peligro para el mundo, especialmente para Israel, al que le tiene en el punto de mira permanente. Parece que existe un intento de desestabilización a un país que representa una amenaza para Estados Unidos, muchas naciones europeas e Israel. Éstos y otros países están trabajando desde hace años con sus servicios de inteligencia para mermar la capacidad iraní. Han logrado que sea desde dentro, que sea la propia sociedad la que intente acabar con este régimen.

Veremos en qué termina todo esto y qué dice de este asunto Vladimir Putin aliado de Irán. Por cierto que en marzo son las elecciones presidenciales en Rusia. ¿A que gana Putin por mayoría absoluta? Eso sí, con tan sólo 40% de la población que vota ante el hartazgo de la ciudadanía y la impunidad galopante de la Rusia actual.

 

 

JMSJ