Aquella frase de “ni picha, ni cacha, ni deja batear”, aplica al trato que el club Porto está dando a Miguel Layún. Injusto y absurdo por donde se le busque.

Circunstancia idónea para aquellos futbolistas acomodaticios a los que basta con cobrar puntual y no ser exigidos, nada más opuesto a la esencia de este lateral mexicano desde su debut: afán de trascender, de superarse, de crecer en todo sentido, de llevar su sentido de profesionalidad al máximo nivel, de no conformarse.

Aferrarse a mantener en plantel a un jugador al que no se pretende utilizar, sólo es entendible bajo uno de dos argumentos: el primero, y me atrevo a desecharlo, alguna venganza directa; el segundo, por el cual hemos de inclinarnos, la confianza en él.

¿Confianza cuando apenas se le ofrecen minutos? Sí, porque si no se le vende de una buena vez al mejor postor es porque se piensa que se le puede sacar mayor tajada a una eventual transferencia o porque se teme verlo triunfando con otra casaca. En otra liga de Europa, en un eventual regreso a México, en la Major League Soccer, los pretendientes de Layún no son pocos: ya por lo que supone en impacto mediático, pero sobre todo por lo que entrega en la cancha alguien que jamás escatimará una gota de sudor y disciplina –sin olvidar que cuando el Porto le dio continuidad, bajo la tutela del ahora seleccionador español Julen Lopetegui, fue de los líderes asistentes del continente.

Ante la sequía de laterales nacionales, su presencia en el once tricolor no luce en especial competida para Rusia 2018, aunque el problema es otro: si Layún pretende hacer una buena Copa del Mundo y elevar su listón en relación con Brasil 2014, necesita un ritmo de juego que por ahora tiene mucho tiempo sin disfrutar. La pasada Copa Confederaciones ya encendió las alarmas: menos explosivo, menos controlador de tiempos, menos preciso, menos seguro, menos todo en una edad en la que se supone ha de verse su mejor versión (29 años).

Por ello, la única solución pasa por dejar el estadio Dragón, lo que no acontecerá si el Porto se opone.

La ecuación es simple: si no se le requiere, que se le deje salir. Quedarse para ver pasar el tiempo desde las banca con ceño fruncido, funciona para muchos en cualquier rubro de la vida, pero no para él.

Si con Layún el Porto no piensa pichar ni cachar, que al menos lo deje batear.

Twitter/albertolati

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