Así como con el programa de subsidio a los ancianos se hizo de la simpatía y fidelidad de un sector importante de las personas de la tercera edad, ahora Andrés Manuel López Obrador pretende lograr hacerse de una tajada de ese gigantesco grupo que representan los 14 millones de jóvenes que, por primera vez, estarán en posibilidad de votar en las elecciones presidenciales del 1 de julio de 2018.

 

Y lo hace con una fórmula que le ha funcionado a la perfección y que a los regímenes priistas del pasado les dio grandes resultados: comprar voluntades y lealtades a partir del subsidio a sectores desprotegidos característicos de las políticas asistencialistas que no resuelven las causas de la pobreza, el desempleo o la falta de servicios y que, al contrario, sólo las perpetúan. Pero el tabasqueño dio un paso más allá con un nivel de simpleza que raya en el descaro: regalar dinero.

 

El populismo que caracteriza a López Obrador y a todos los políticos de su perfil se define a sí mismo, pues impulsa acciones que en el discurso y su aplicación son populares, pero que en el fondo y al pasar del tiempo en lo único que resultan es en crisis y descomposición social y política.

 

Por más que lo nieguen AMLO y los dirigentes de Morena, un ejemplo claro de las atroces consecuencias del populismo es la crisis económica de México en los años 70 y 80, cuando el dispendio de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo llevaron al país a una crisis, que es el origen de los altos niveles de pobreza que aún no logran ser abatidos, y otro es la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, que hoy está hundida en la miseria, la falta de acceso a bienes básicos como alimentos y medicinas, y donde el gobierno destruyó las empresas y el comercio y, de plano, ha cancelado las libertades políticas de los ciudadanos y de expresión en los medios de comunicación.

 

En ambos países, el control corporativo precisamente de grupos sociales empobrecidos se dio a partir de entregar dinero a grupos que a cambio de esas dádivas defienden y dan cuerpo a las bases de apoyo de gobiernos autoritarios que las usan para mantenerse a toda costa por décadas en el poder.

 

Es paradójico, sin duda, que precisamente un político conservador y fascistoide como López Obrador, que logró encumbrarse gracias a las luchas de las izquierdas por alcanzar las libertades democráticas y que en 1988 apoyaron a Cuauhtémoc Cárdenas, ahondaron la ruptura de la hegemonía priista, hoy esté de nuevo en la antesala de la Presidencia de México cobijándose bajo la bandera de una falsa izquierda, autodenominándose salvador del país y en realidad amenazando la todavía incipiente democracia mexicana y las libertades por las que lucharon los estudiantes, obreros, campesinos, médicos y maestros que en las décadas de los 70 y 80 se oponían al autoritarismo priista, del cual en esos años López Obrador formaba parte.

 

En las últimas tres décadas, nunca como ahora la democracia, las libertades y la estabilidad económica mexicana están en riesgo, porque al igual que Chávez, Maduro o el PRI más dinosáurico, de llegar a la Presidencia, López Obrador hará todo y pasará encima de todo para quedarse en el poder, cueste lo que cueste.