Un deporte que castiga con mayor dureza el insulto al árbitro que la voluntad de lesionar a un colega, está, más que confundido, desprovisto de todo sentido de la justicia y la proporción, desapegado de sus propios intereses, enredado en sus nociones de ética.

 

No planteo una defensa de Lionel Messi ni de quienes como rutina ofenden a los silbantes: tanto el mejor como los del montón, en frío o en caliente, en victorias o derrotas, han de respetar a la autoridad. Me refiero a la errónea tabla de medición empleada en la fortaleza del balón en Zúrich: cuatro partidos a Messi, por su rabiosa verborrea contra un árbitro asistente que ni se enteró del volumen de la afrenta; ningún juego de suspensión para quienes de rutina barren por detrás, clavan codazos en el rostro, subliman la técnica de hacer daño sin ser detectados, ablandan las piernas del rival más talentoso a la primera oportunidad.

 

 

Pese a que Messi se esmeró en que así fuera y al final se vio mal al no darle la mano, el árbitro afectado aseguró que no había entendido lo que se le decía. Ante eso, la FIFA actuó de oficio y decidió que cuatro cotejos era lo que correspondía.

 

Puestos a ello, se habría de escrudiñar cada encuentro para repartir inhabilitaciones a todos quienes lanzan patadas y barridas temerarias, pero no llegan a ser vistos por el árbitro ni a lesionar al rival.

 

¿Por qué intervenir de oficio en este específico caso no reportado y dejar de hacerlo en otros? De ninguna manera me sumo a las teorías de conspiración –si por no ir a la entrega del The Best, si por el caos en el futbol argentino tras la muerte de Grondona–, porque el primer interesado en tener a Messi en el Mundial, es la FIFA; porque su negocio de ninguna manera resultará de igual dimensión sin la presencia del máximo ganador de Balones de Oro de todos los tiempos y sin una selección tan mediática como la argentina.

 

Mucho más comprensible como razón, sería que Lionel constituía el ejemplo perfecto, el chivo expiatorio idóneo. Mentadas a los árbitros, las hay casi a cada partido; castigados que logren tal resonancia y réplica, no existen en el mundo del futbol.

 

A lo que los árbitros no le dieron importancia en la cancha (de haber sido así, como mínimo le hubieran amonestado), la FIFA le concedió un peso apenas otorgado a quien reparte golpes en una tumultuosa bronca o, fuera de quicio, agrede a gente externa al partido.

 

¿Significa esto que a partir de ahora se procesará de oficio a todo quien diga palabras altisonantes a los árbitros? No. Tan sólo, es una burda manera de convencer a los jugadores de que se abstengan de hacerlo.

 

Twitter/albertolati

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