Prohibida toda sorpresa ante el más cantado de los strikes: es el fin del Mundial…, como lo conocemos y como lo conocimos, con el que soñamos y con el que enloquecimos, del que nos enamoramos y al que con tanto fervor quisimos.

 

¿Todo pasado fue mejor? A la luz del adefesio ideado para 2026 no queda más que admitir con resignación y nostalgia que sí. La FIFA ya sabía el qué (necesitaba más dinero) y pronto encontró el cómo (aumentar en 50% el tamaño del Mundial), idéntica fórmula que la de 1982, cuando se pasó a 24 Selecciones o la de 1998 cuando se brincó a 32.

 
Hace una década, Joseph Blatter, consciente de que la fábrica de billetes debía forzar su productividad y de que en el torneo matriz ya había sobrecupo, buscó apoyos para hacer una Copa del Mundo cada dos años. A la luz del Frankenstein que estrenaremos en nueve años, eso hubiese sido mejor.

 
Esta FIFA, como la anterior, casi con toda certeza como las que vendrán, es la misma. Su eslogan “For the good of the game”, sólo queda en el logotipo como resumen del cinismo. En esas oficinas de Zúrich el único bien perseguido es el de las finanzas y el poder, con el juego y la afición tan poco considerados, tan sacrificables, tan reemplazables, como extras en una gran producción de Hollywood.

 
Es lo que hay. Ya luego que decidan si van nueve de África, nueve de Asia, 13 de América (bajo ese esquema, a Brasil 2014 hubiesen calificado Omán, Jordania, Etiopía, Jamaica, Guatemala, Túnez, Uzbekistán, Venezuela, Nueva Zelanda, incluso –a Dios gracias– Qatar). Ya luego que resuelvan si se cancela en la primera ronda una noción que puede ser fastidiosa, pero que es tan futbolera como el mismísimo grito de gol: el empate. Ya luego que vean qué hacen con una fase de grupos que se definirá con las dos Selecciones sabiendo lo que requieren para eliminar a la que ya disputó sus cotejos.

 

 

La prioridad hoy es que China e India se trepen al tren, lo mismo que todos quienes poseen altas poblaciones y, sobre todo, patrocinadores de peso.

 
Infantino, el que llegó con mensajes de reforma, recurre al más rancio modelo Havelange: plazas por votos, y a ver quién le baja del trono en las elecciones de 2019. Nada de qué sorprendernos en una campaña que nunca se refirió a quitar la sede a los Mundiales adjudicados mediante obscuros procesos. Nada de qué sorprendernos de quien también parió la Eurocopa de 24 equipos, sin duda la de más baja calidad en épocas contemporáneas.

 
Un año atrás, con Blatter suspendido y comicios adelantados, se pensó que el futbol salía de la peor de sus crisis en el plano ejecutivo. Hoy se sabe que no, que seguimos atorados en el más pestilente subterráneo, que ya ni siquiera vale la pena disimular, que el juego es lo de menos.
Nada nuevo para la humanidad: esa gran capacidad para acabar tan rápido y tan fácil con algo tan bueno.

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